Beccacece, el técnico que le vendió espejitos de colores a mi abuelo y a todo Racing
Por Franco Formoso
La partida de Sebastián Beccacece de Racing me genera sentimientos encontrados: mi abuelo es fana de la Academia, y se sintió estafado. Después de ganarle a Independiente con dos jugadores menos, todo parecía encaminarse hacia la épica... Pero fue un espejismo.
Cuando llegó Sebastián Beccacece a la dirección técnica de Racing Club pensé que le iba a ir bien. "La va a romper", dije, sabiendo que llegaba de fracasar estrepitosamente con Independiente. ¿Qué mejor para la Academia que tener a un entrenador exitoso y que, además, haya hecho pedazos a su eterno rival?
Todo esto lo entendí, y lo comprendo, gracias a que mi abuelo es hincha de los blanquicelestes. Sí, ya sé que ese sobrenombre es palabra prohibida para nombrar a este club, pero son los colores que tiene en su camiseta. ¿Qué le vamos a hacer? Y a esa misma camiseta fue a quien Beccacece comenzó a imprimirle una mística que se empezó a generar en aquel clásico que le ganó al Rojo por 1-0, con gol del Chelo Díaz y con dos menos.
Eso parecía el comienzo de algo lindo, de alegría y de festejo. Los de Racing, mi abuelo, todos, pensaban que por fin se terminaban las épocas de malaria. Que la leyenda comenzaría, que el Cilindro se vestiría de alegría durante todos los fines de semanas venideros. Y con Beccacece comenzaron a forjar una historia que llegó hasta cuartos de final de la Copa Libertadores.
Llegó a los tumbos, no lo voy a negar. Pero hacía feliz a los hinchas, hacía feliz a mi abuelo. Y si mi abuelo es feliz, yo también lo soy. Cachete, ese sobrenombre que el viejito le puso al DT porque el apellido es dificultoso para quien no está acostumbrado a estos nombres difíciles, llegó a ilusionar a los fanáticos.
Así como llegó la ilusión, también llegó el momento de darnos cuenta (sí, darnos, porque yo sufrí a la par del Toto, de mi abuelo) que Beccacece nos vendió espejitos de colores. Que pensamos que vendría la gloria, que los partidos difíciles no le quedaban grandes a Racing. Y terminamos por comprender que sólo lo acompañó la suerte y las bestiales actuaciones de Arias, el arquero que fue el único jugador del plantel en demostrar que estuvo a la altura ante Boca.
En La Bombonera se vio la peor cara de Racing: se vio apabullado por un pobre Boca al que sólo le bastó con contraatacar para vencer a la Academia. Le ganó a un equipito, a un cuadro que no tuvo ideas, ganas ni espíritu amateur para intentar mantener la ventaja que obtuvo en la ida. Y así se va Beccacece: sin alma, sin espíritu. Dejando una gran desilusión, pero con los bolsillos llenos tras venderle espejitos de colores a todos los que creyeron en él. Incluido mi abuelo.