El detective que espió a Diego Maradona en Sevilla rompió el silencio: “No llevaba una vida de un futbolista"

Diego Maradona es entrevistado por los medios en Sevilla.
Diego Maradona es entrevistado por los medios en Sevilla. / Chris Cole/Getty Images
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Luego de ser campeón del mundo con Argentina en 1986 con el mejor desempeño de un futbolista en la historia de los Mundiales y de hacer brillar al humilde Napoli de Italia, en 1992 Diego Armando Maradona desembarcó en el Sevilla de España, luego de su sanción de 15 meses por dar positivo de cocaína.

Es debido a ello que el club de Nervión decidió en aquel momento contratar a un grupo de detectives, para que se ubicaran en los alrededores del domicilio que el "10" tenía allí y así controlar todos sus movimientos, con el objetivo de que su vida se centrara solamente en el fútbol.

Sin embargo, tal como afirma el detective Charlie M. en una entrevista que le realizó Vox Populi, lejos estuvo Maradona de poder cumplirlo: “Su casa no tenía salida, era lo bueno que tenía. Era un chalet y solo tenía una salida. Entonces pusimos un coche ahí y nos íbamos turnando. Esa casa era como El Corte Inglés. Contamos 18 o 20 italianos, argentinos entrando y saliendo. Yo llevo 30 años en la calle y sé qué gente era. Aquello era un desastre”, comenzó el investigador.

“No llevaba una vida propia de un futbolista de alto nivel”, disparó sin titubear. “Era íntimo amigo de un asador argentino. Tenía como 15 italianos, su representante y diez o doce personas detrás.Maradona era tonto porque era buena gente, pero es que tenía una cantidad de personas detrás que los veías chupando y decías: ‘Este tío es carajote’. Tú puedes ser el tío más golfo (desfachatado) del mundo, pero te puedes quitar a siete”, afirmó.

Antes de culminar, reconoció que junto a su equipo lograron ‘infiltrar’ un grupo de mujeres al clan del Pelusa: “Eran modelos y con eso les pusimos la trampa. Este (Maradona) era muy buena gente, pero era muy golfo. Le cantaban una canción que decía: ‘Me casé con un enano salerito pa jartarme de reír’.  Se lo cantaba una tía de dos metros, buenísima, y el otro que no le llegaba ni al ombligo. Eran las cinco de la mañana, a las diez tenía que estar en la ciudad deportiva entrenando y no iba a entrenar”, finalizó.