El orgullo no puede con todo
El Sevilla murió de pie en Budapest. El deseo de ser supercampeones de Europa no podrá hacerse realidad, pero Europa sabe de qué pasta está hecho el equipo de Lopetegui. El Bayern, que le metió ocho al FC Barcelona hace un mes, ha tenido que sudar tinta china para ganarle al equipo que nunca se rinde. Lo dice su himno y lo demuestra su juego. Honor al Sevilla y la copa a Alemania.
No debe ser sencillo saberse ganador para todo el mundo del fútbol y que el trofeo se lo lleve el rival. Este Sevilla ha demostrado que ganar no es llevarse la copa, es ver a tu gente llena de orgullo. Ante el mejor equipo del mundo mostró lo que le falta a muchas potencias de este deporte: amor por lo que se representa. Quizás con un delantero de nivel habrían sido campeones, pero no es el caso. Una vez más, baviera sonríe. Y no parece que vaya a ser la última vez esta temporada. El equipo de Flick sigue en forma y ni la mejor versión de sus rivales puede tumbarles. Neuer rejuvenecido y un grupo que rema a una. Superioridad física y de juego que hace de este equipo el favorito a todo.
Sin duda alguna, esta final se recordará como la de lo que pudo ser y no fue. La del sueño frustrado por la realidad y la del amor a un equipo. "Dicen que nunca se rinde", canta su himno, y le hicieron falta 120 minutos, al campeón de Europa, para tumbar a un Sevilla que tiene mucho que decir este año. La final habla alemán, pero el fútbol reside en el Pizjuán. Lopetegui ha armado a un grupo de hombres que van todos a una, lo mismo que hace su rival de hoy. Sevilla y Bayern no son tan distintos, les separa una copa.
Ha sido la final de lo antiguo. La final del público en la grada, de los cánticos, de la pasión en cada balón y la de "el fútbol son 11 contra 11 y siempre gana Alemania". La antigua normalidad vuelve de poco en poco, al menos en el fútbol, y no hay nada más normal que un Sevilla que lucha por su identidad y un Bayern campeón de lo que juega.