El VAR llegó para hacer el fútbol más justo, no para acabar con las polémicas
Por Adrían Marcos

No hay fin de semana en el que en cada bar de cada pueblo o ciudad de España no se hable del videoarbitraje. En todos y cada uno de ellos, y serán millones, siempre hay una persona, sin importar el género ni la edad, que, haya fútbol o no en la televisión, la radio o el periódico, saca el tema. Sea el bar grande o pequeño, moderno o castizo, más limpio o más sucio, pero siempre está el típico: "Hay que ver con el VAR, eh".
Es inevitable que en las conversaciones de los futboleros, ya sea con un vaso en la mano o el Twitter abierto en el móvil, aparezca de manera recurrente porque el VAR ha cambiado el fútbol tal y como lo conocíamos. Y es normal que haya críticas porque el videoarbitraje no se ha implantado para evitar algo intrínseco al fútbol como es la polémica, sino para hacer del deporte un juego más justo.
El VAR nunca va a terminar de poner de acuerdo a dos aficionados de equipos que se enfrentan de manera habitual por una cuestión de colores, de presión, de pasión. Sin embargo, si debe ser asumida como la herramienta de apoyo que es para los árbitros por futbolistas, técnicos, presidentes y demás personas relacionadas directamente con cada partido porque es indiscutible su ayuda desde que se puso en marcha.
Si bien es cierto que cada año se registran errores pues la tecnología, por precisa que sea, es dirigida e interpretada por seres humanos, también se contabilizan muchos más aciertos y correcciones en acciones que hace no mucho tenían un desenlace erróneo o pasaban desapercibidas: fueras de juego, goles fantasma, confusiones de identidad e incluso algún que otro 'piscinazo'.
El número de caídas forzadas en el área ha disminuido notablemente ante la dificultad para engañar al VAR. La cantidad de goles que se han anulado o concedido tras "tirar las líneas" del fuera de juego es incontable y ahí no hay fallo. Hay quien aún defiende que se debe establecer un mínimo plausible al ojo, que se decida que un centímetro de bota, hombro, rodilla o cabeza por delante no debería señalarse, y serán los mismos que después se quejarían por un milímetro. Se vea o no, si la herramienta se ejecuta correctamente, el fuera de juego es exacto, milimétrico, matemático.
A un lado quedan las jugadas interpretables, los penaltis fronterizos y las manos, más o menos voluntarias, más o menos trascendentes. Ahí es el criterio del árbitro y de su asistente, que es quien le avisa si existe un error claro y manifiesto o una acción que ha pasado desapercibida sobre el terreno de juego. Pero todo se analiza, todo pasa por la mirada de los hombres que, como cualquier aficionado, ve las imágenes en la pantalla, pero sin atender a forofismos.
Y los colegiados seguirán cometiendo errores, y el VAR corregirá los que estén en su mano, como se equivocarán los futbolistas, los técnicos, los presidentes, los narradores, y todos y cada uno de los aficionados, que seguirán hablando más del fallo que del acierto. Aunque con los tiempos que corren casi mejor que en los bares y las redes sociales se hable de fútbol y del VAR, porque como nos pongamos a hablar del coronavirus, de la corrupción y del Gobierno lo mismo acabamos en la cárcel y allí no hay bar ni VAR que valgan.