Los directivos del fútbol mexicano son los responsables de que la selección no este entre las mejores del mundo

Fred Lee/Getty Images
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En un país lleno de tradición futbolera, el sueño de levantar la Copa del Mundo es una ilusión que se repite cada cuatro años, pero que se anhela más como un milagro que por condiciones deportivas. Es un hecho que los jugadores mexicanos no se encuentran dentro del top mundial, pero esto no se debe al ADN que porta el futbolista mexicano o por la zona geográfica donde se encuentra. Si no se trasciende en el mundial es porque el progreso deportivo no es una prioridad para los directivos mexicanos.

El último ejemplo que los dueños del balón azteca han dado para dejar en claro que el objetivo primordial es el negocio y no el progreso deportivo fue la desaparición del ascenso y descenso mexicano. Una liga sin premio ni castigo es un golpe mediocre a la competencia deportiva; sin embargo, las finanzas se mantienen a flote y la estabilidad puede reinar muchos años más.

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Esto no es queja, como en cualquier empresa, la salud financiera debe ser la que rija las acciones a tomar, porque sin negocio no hay espectáculo y entonces el fútbol mexicano quedaría sumergido en una crisis severa tanto en el nivel de infraestructura, como en el rendimiento deportivo.

Sin embargo, es una aberración a las raíces pasionales de este deporte que no se pueda complementar el progreso futbolístico con el económico. El balompié azteca da para crecer en ambas partes con una buena distribución y reglamentación; pero en este país nadie está dispuesto a ganar menos a cambio de crecimiento deportivo.

El problema es piramidal y permea en todos los sectores. Desde las fuerzas básicas de cada equipo, que en muchos casos exige aportes económicos para poder darle juego a sus pupilos y mantener la esperanza por debutar; hasta la reglamentación de la primera división, donde el objetivo número uno es ofrecer un buen espectáculo con una base de extranjeros y limitando los espacios para las jóvenes promesas.

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En el tema estructural existe poca preocupación por aumentar la producción de jugadores mexicanos, pues aunque todos los equipos de primera ya tienen la obligación de mantener categorías inferiores, los apoyos que se le dan a los mismos están minimizados a la hora de la verdad. Como si sólo estuvieran para cumplir con el reglamento, las canteras están gobernadas por un mini sistema de corrupción que debe ser investigado.

Observar esta realidad corrompida por los intereses particulares es un hecho que atenta con la ilusión de miles de aficionados que no entienden por qué un país con más de 120 millones de personas no es capaz de producir once con un nivel superlativo.

Víctimas también de una sociedad tercermundista y sus pésimos gobernantes, esto no debería ser excusa para no salir adelante en el ámbito deportivo. En las calles de todo el país se puede respirar fútbol, pero evidentemente no se siente con la intensidad que se vive en Brasil, Uruguay o Argentina, donde el fútbol se adhiere a los corazones y a la identidad como nación.

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Cuando los paisanos se pregunten por qué no se puede estar al nivel de las selecciones top del mundo, habrá que recordar que padecemos de un sistema que no vela por el progreso futbolístico y que además no encuentra suficiencia en el puro amor por el deporte. Al final del día, la gran mayoría de los mexicanos que gustan del fútbol lo toman como un simple espacio de entretenimiento y esto se refleja en las estadios.

El día en que el amor y la ambición por ser mejores en el fútbol predomine en los corazones de los mexicanos, ese día se dejarán de cobrar comisiones por debutar en primera división, los visores harán todo lo posible para que sus estrellas trasciendan hasta lo más grande y los entrenadores nacionales preferirán darle rodaje a un juvenil por encima de un extranjero, porque al final del día el cambio siempre luce más probable si nace en cada una de las personas.


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