Que Neymar no vuelva al Barça, las segundas partes nunca fueron buenas
Ha habido mucho revuelo en las últimas semanas sobre la posible no renovación de Neymar con el PSG. Este verano hará cuatro años de la fatídica marcha del brasileño de Barcelona, una operación que dio la vuelta al mundo y que a día de hoy sigue siendo la compra más cara de la historia. Este traspaso dividió la afición culé en dos sectores, los que cruzaron sin reparo la delgada línea que separa el amor del odio y los que pese a su repentino adiós siempre tendrán un hueco en su corazón para él.
Desde aquel verano cada mercado de traspasos es una odisea para el barcelonismo. Todos los años aparecen rumores sobre la vuelta del hijo pródigo y siempre termina igual. Da la sensación de que los 60 días en los que las ventanas de traspasos están abiertas se hacen eternos y efímeros a la vez. Lo suficientemente largos como para escuchar cien rumores pero lo suficientemente cortos para que ninguno llegue a buen puerto.
La vuelta de Neymar al Barça ataca ligeramente la idiosincracia del club. El conjunto de valores que le hacen único. Desde el punto de vista poético no existe mayor culmen de belleza que Neymar y el Barça reencontrándose con la Champions de la mano, pero desde una perspectiva en la que la realidad sea el ingrediente principal, estos dos caminos no volverán a unirse jamás. Una bifurcación ya fue suficiente.
Cuando una persona va al estadio o se sienta en su sofá para disfrutar de un buen partido de fútbol lo hace para olvidarse de todo lo que le rodea porque mientras la pelota está en juego los problemas se aparcan. Es cierto que Neymar no se ha portado del todo bien con el Barcelona como institución pero gozar viéndole jugar y anhelar sus virtuosas virguerías en el Camp Nou no te hacen ser peor culé.
Todos sabemos lo bueno que es Neymar y seguramente pasará a la historia como un gran jugador, pero su falta de implicación le impedirá pasar como la leyenda que por su fútbol merece. Verle jugar es reencarnarte en la piel de un niño, un niño que no para de sonreír, y es que el fútbol y la sonrisa deberían ir siempre de la mano.
En el fondo Neymar y el Barça saben que su reencuentro es una utopía. Una quimera que es al mismo tiempo tanto sueño como pesadilla. El sueño de los creyentes y la pesadilla de los realistas. La división de la grada culé es irreconciliable en este aspecto y además no existe un término medio. O si es un fanático acérrimo defensor de su vuelta o se odia al jugador y la persona por encima de cualquier cosa.
Cada temporada que Neymar siga siendo futbolista a mediados de marzo reaparecerá el debate de su regreso. La mayoría de los lectores del Barça que quieren que vuelva se cansarán si no lo han hecho ya. Pero la esperanza es lo último que se pierde. La esperanza de que con él nada es imposible. La esperanza de que Neymar siga teniendo al Barça en su corazón. La esperanza del niño que golpea el balón por primera vez.